La piel va reaccionando según el estímulo que se nos eche encima; además de la predisposición navideña, nuestro estado de ánimo se va condicionando a la par que recibimos las felicitaciones, los abrazos, uno que otro regalito o invitaciones a hacer cosas que no habíamos contemplado pero que nos vendría bien hacer.
Las sorpresas se acumulan y esto comúnmente se acerca a la felicidad. Pero lo mejor de todo es retribuir a todo lo que se nos ha dado y se nos sigue dando; la mayor parte de mi familia se siente recompensada con cosas sencillas, tanto que algunas veces parece increíble que hayan quedado satisfechos con lo que se les da.
Sin embargo, es cierto; por ejemplo, mi tía Rosario ve recompensado su esfuerzo si le dicen que su comida quedó rica; a Teresa, con saber que seguiste sus consejos; a Rosy, con escucharla, bueno, algún detallito más.
En lo particular, he pensado durante mucho tiempo que las retribuciones que doy, deben ser del mismo peso que las que recibo, lo que me ha acarreado algunas desventuras y preocupaciones por no poder dar algo que signifique lo mismo que recibo. Quizá sea porque los valoro por encima de lo que ven los demás o porque me doy muy fácilmente. Si no es porque tengo el espíritu muy sencillo, es porque soy muy facilote.
Así que si quieren congraciarse conmigo en estas fechas, me conformo con algo poco elaborado como un televisor de alta definición, un sistema de sonido de alta fidelidad, un nuevo ordenador electrónico, una membresía a algún club exclusivo, una...
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