viernes, 17 de diciembre de 2010

A paso lento

En la búsqueda de un lugar donde dejar fluir mi muy personal forma de ver la vida, me topé con un establecimiento brillantemente acogedor; los aromas se confundían con mi estado de ánimo, así que no tardé en verme identificado con el mobiliario, la decoración y la vista. ¡Ah! Eso fue lo mejor. Evocadora de tiempos en que me importaba poco saber si trabajaría en alguno de los medios o me dedicaría a redimir almas en algún lugar recóndito de nuestra geografía.
La zona en que se encuentra dicho establecimiento, pudiera parecer obvia, pues allí se encuentran los restaurantes más solicitados de la ciudad, no sé si por la comodidad del traslado o porque no hay de otra, sin embargo, el conjunto de sus componentes te permite de inmediato dejar volar la imaginación. La salida a León la he transitado infinidad de veces desde hace más de veinticinco años y nunca la había visto con los ojos con los que hora la veo, todo gracias a los veinte segundos que me tomé para escudriñar el interior de ese café; me vi tomando un recio expresso o paladeando un cremoso capuchino admirando, a pesar de que el panorama de enfrente no es presumible, el atardecer pintado de nostalgia.
Con ello me convencí una vez más de que un lugar que a simple vista parece poco atractivo -en nuestro caso, casi todo el pueblo- los ojos de quien lo observa pueden ejecutar las más maravillosas artes de magia para volverlo una belleza inconmensurable. Perdón, a todo esto, me refiero al Café Boulevard, no es comercial y no creo que los dueños se enteren de que los presumí. Salud.

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