De los viajes insólitos sólo puedo decir que a mí nunca me han pasado, no al menos en los viajes mismos, pero lo que han sido los regresos... Recuerdo uno en particular, al cual puedo ya ventilar porque pasó mucho tiempo y ya no duele tanto. El caso es que, por experiencia, puedo decirles que el adagio "el que se fue a la Villa..." es cierto.
Hace aproximadamente once años, regresaba de un viaje por Oaxaca al que me invitó uno de mis hermanos, junto con un par de amigos españoles que venían de visita. Lo disfruté todo lo que pude, aunque había un dejo de inquietud que no me abandonó durante todo el trayecto. Pues bien, llegando, lo primero que hice fue llamar por teléfono a la que era mi novia en ese tiempo para decirle que ya había llegado y que deseaba verla. Su respuesta me extrañó un poco pero no le di importancia en ese momento.
Me presenté a trabajar el lunes siguiente con la novedad de que el dueño quería hablar conmigo; nunca me imaginé que sería para darme las gracias, pero que ya no requería de mis servicios, cerca de allí tenía también un negocio de fotomecánica que no aguantó más debido a la renta que debía pagar y, como era de adivinarse, como los clientes brillaban por su ausencia, pues ya no tenía para cubrirla.
Por si fuera poco, me fue suspendido el privilegio de dar clases en la Ibero por una supuesta reestructura la cual, hasta la fecha, no he entendido. Paranoia o no, todo parecía confabularse en mi contra ¡hasta sin novia me quedé! Me aplicó de la manera más gratuita lo de "no eres tú, soy yo", tal cual. Si creyera en el destino, el mío me habría hecho unos favores muy chaparros. Los viajes instruyen, pero ¡ah cómo te friegan en tu ausencia! Más salud.
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