viernes, 28 de enero de 2011

Ah, las etiquetas

El tiempo puede ser un tirano, más cuando no tienes nociones exactas de cómo corre cuando te diviertes. Tengo la suerte de trabajar en lo que me gusta y eso provoca que se me desdibuje el mundo, se me ha olvidado comer inclusive; la sensación sólo se equipara cuando recibía regalos de niño. Eso sí, mi disciplinado sistema gástrico me avisa con estruendosa contracción que ya es hora.
Hoy mi tía tuvo a bien servirme el mole que diligentemente facturó con sus propias manos con motivo de mi cumpleaños, a la antigüita, como debe ser y como deseo aprender a hacerlo. Por lo pronto ya tengo los utensilios de barro, necesarios para darle el toque campirano tradicional. Palas de madera, la estufa a punto y... ah caray, creo que me faltan los ingredientes.
Bueno, otra cosa que debo aprender, a comprar lo necesario. Cuando he estado en ese trance, hay que ver las de Caín en que me meto. Doy vueltas por los pasillos, si se trata de una tienda de autoservicio, veo y vuelvo a ver latas, paquetes, manojos, bolsas y la decisión no parece ser mi arma más segura. Todos los comestibles deberían venir con su lista de características, para saber exactamente cuando ya están maduros.
Imaginen la de problemas que nos ahorraríamos algunos; sé que que no es posible, pero como deseo es bueno. También podría pedírsele lo mismo a algunas personas para tratarlos como se debe. ¡Está fácil! 

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