Las decisiones de la vida

Nada me costó tanto trabajo, como pensar en qué sería de grande; claro que tuve los sueños de todo niño de mi época como ser jugador de fútbol, astronauta, piloto de pruebas, bombero, agente secreto pero el país no dio para que fuera ninguno de esos oficios. Ahora mismo es difícil imaginar un trabajo con glamour del tipo del 007. Al parecer, las opciones se han diversificado de tal manera que, las especializaciones tienen rasgos que en los setenta, parecerían de ciencia ficción.

Ya más crecidito, tuve que escoger una carrera; el método quizá no sea ortodoxo pero me sirvió. Sólo tuve que descontar todas esas actividades que no me gustaban realizar. Así pues, dijeron adiós las matemáticas, el derecho, la medicina, la ingeniería y todo lo que tuviera que ver con un trabajo en el encierro. Pasé a las que más o menos me gustaban; desfilaron frente a mis ojos la arquitectura, el diseño, las artes plásticas, las artes escénicas, la música, la literatura.

Aquí pudiera decirles que hice un balance y con un concienzudo análisis de las cosas que me gustaban, las puse en una balanza y me encontré con que la comunicación ofrecía ese panorama y que, gracias a eso, he considerado toda mi vida laboral como el descubrimiento de que estoy en la mejor carrera del mundo, sin embargo, estaría mintiendo.

Dicen que jala más el cabello de una mujer que una yunta de bueyes; escogí la carrera porque una de mis amigas la iba a estudiar, partía a Guadalajara y yo quería estar con ella; aquí mi padre podría estar dándose de topes por la manera en que puse en riesgo su inversión, pero tranquilos todos, que sí considero estar en la mejor carrera que pueda existir. Al final de cuentas, ni me fui a Guadalajara, ni ella estudió Comunicación, pero qué pachanga me he puesto desde entonces. Esto sí merece salud.