Ignorar los requisitos

Con las evaluaciones vienen los desencantos; ojalá todo fuera como en los periodos vacacionales, calificas de bueno o malo todo lo que te rodea según tu objetivo gusto y, si eres alguien que como yo no tienen tapujos para aceptar la mayor parte de las cosas, pues todo está ganado. El chiste es decubrir lo bueno que tienen las personas o las cosas.

Algunas veces lo bueno que tienen quienes nos interesan lo mantienen muy escondido y entonces se vuleven más interesantes; otras veces no se requiere invertir demasiado tiempo y solito sale a flote; en otras tantas, aparece sin que te molestes en mover un dedo. Con las cosas el asunto de disfrutarlas sólo requiere de decidir si se van a ocupar o no, con las personas... ahí es donde la puerca tuerce el rabo.

Las relaciones humanas pudieran ser muy simples: nos caemos bien o no, pero como nos hemos creado muchos estereotipos, filtros y pruebas para ver si alguno de los coterráneos merece nuestra amistad, éstas se complican en la medida en que nos proponemos el deber de ser amables. Hay que cuidar formas, tiempos, estados de ánimo, gustos y algunas otras linduras que se me escapan de la memoria en este instante, todo para que al final, a aquellos que intentaron acercársenos, les salgamos con un triste: si me has de querer, tiene que ser como soy.

Los formulismos así, tienden a perder toda su gracia. ¿Qué tal si simplificáramos las cosas? Cada quien debería llevar un instructivo de lo que desea y le gusta para que todos pudiéramos evitar el cometer errores y entoces, tardar el menor tiempo posible en decidir si nos damos oportunidad de convivir o no. Chín, es cierto, después nos inventaríamos las maneras de poner pretextos porque el tipo de letra no nos gusta, porque no sabemos separar los párrafos, porque tenemos faltas de ortografía, porque no tienen dibujitos... ya lo vi. Fórmulas abemus. Salud.