jueves, 3 de marzo de 2011

Poca luz

De que a las cosas se les ocurre que están cansadas, no hay poder humano que les haga comprender su importancia en la vida común de uno; parece que hay focos que se ponen de acuerdo y ahora tengo tres cuartos a oscuras en casa. Quiero echarle la culpa a los apagadores que de pronto se sienten medio guangos. Como que ya les llegó la jubilación.
Me estoy temiendo que vayan a correr la voz y de pronto se les sumen los focos de la cocina, la sala y el patio para que toda la casa esté en penumbras; lo bueno es que mañana entro tarde al trabajo y no voy a requerir de la luz del baño, capaz de que no veo lo que me estaría tallando.
Podría presumir que mi hogar ahora tiene un aire romántico que semeja un atardecer parisino, con vista a los campos Eliseos o un amanecer en el Támesis viendo cómo cruzan el horizonte los vapores repletos de gente. Posiblemente haya quien prefiera la contemplación de la neblina que baja desde el Iztaccíhuatl hasta el Paso de Cortés, por aquello de un sentimiento nacional-costumbrista.
Lo cierto es que los focos no tienen palabra de honor, cuando les da por terminar su vida útil, ésta se acaba y punto. La consideraré una oportunidad para buscar mis otros yo interiores, aprovechando la poca luz en ejercicios de concentración que libere toda la ansiedad acumulada durante estas semanas de trabajo intenso y estresante. 
Mejor no, eso de la meditación también se puede hacer con luz, así que mañana de inmediato iré a comprar loas apagadores y los focos. Si no, ¿cómo diría salud?

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