Detesto todo lo que tenga que ver con los chismes de la farándula, total, dada su humanidad, nada los hace más especiales que cualquier hijo de vecino. Si acaso poseen una habilidad más comercializable que las que podamos tener los demás, eso no los convierte en material canonizable. La admiración no debe llevarse hasta las fronteras de la idealización.
Me había propuesto una única oportunidad de meterme en lo que no me importa por lo indignante e increíble que me resultó en su momento, pero nunca pensé que se me presentara tan rápido. Manuel Mijares y Lucero Hogaza protagonizaron un circo del tamaño de las tres pistas del Atayde, al permitir que se transmitiera su boda por televisión; el país pudo atestiguar la promesa de amor eterno que se propinaron el uno a la otra, frente al altar del cual muchos de ellos se han pitorreado.
La preboda no fue menos, deambularon por cuanto programa de "investigación y espectáculos" se pudo, sonrieron ante las cámaras dejando las babas y rebabas -a manera de besos- que sirvieron como rúbrica de su eterno amor. Fueron capaces, inclusive, de presumir el nacimiento de su descendencia.
Y todo ¿para qué? Para que el día de hoy (ayer) anunciaran que todo lo prometido se fue al caño; cierto que ya tenían tiempo separados, pero entonces resulta que su anuncio fue inútil tanto como su faramalla de matrimonio, como cualquier matrimonio entre actores y cantantes. Salvo raras excepciones. Ahí está, mi primer escrito sobre un chisme de televisión. Prometo que será el último porque así no hay salud.
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