Salí de la sala sintiendo que no había agradecido lo suficiente el regalo que en este preciso momento estoy degustando; el que haya sido justamente el símbolo cuasicaduco de esta honorable ciudad, me hace pensar en lo afortunada que fue mi intervención en la séptima jornada de psicología. Bueno, afortunada para mí, ahora habrá que saber si lo fue para los demás.
Nunca había probado las fresas con miel de abeja, la idea me surgió por un pequeño antojo y por el acceso de tos que me dio de pronto, sin previo aviso como suele suceder en estos casos. La primer mordida fue espectacular, no por el tamaño de mi boca, sino por lo que despertó en mi lengua (tampoco sé por qué algunos presentan al paladar como el receptor de los sabores), delicioso.
Cada vez, el gusto se incrementó dando paso al deseo de probar más y más de esos cuerpecitos rojos, como pidiendo que los devorara inmisericordemente. Por supuesto, atendí con prestancia a cada reclamo, pues no es conveniente dejar pasar esas oportunidades, además de que se escasean constantemente al paso de los años.
Creo que hay una semejanza con las oportunidades de conocer gente nueva; cada una parece deslumbrante al primer contacto, pero corre el riesgo de perde su brillo si no se le cuida. Por el contrario, si se le adereza con algo que le combine, a cada contacto vamos a querer más y más de ella. Ahora que se puede presentar una objeción, ¿qué tal si la combinación elegida no le sienta bien al otro?
Ahí se los dejo para una neva entrega, a todo psicología del sexto semestre, mil gracias y salud.
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