Algunas cosas tienen tal manufactura que no importa de dónde tuvieron su origen; el hecho de que existan, es razón suficiente para que se les disfrute sin medir esfuerzo. Muchas de esas cosas nos reconcilian con la vida hasta el punto de que, por un momento, olvidamos todo lo malo que nos rodea y que amenaza nuestra seguridad.
Lo mejor de todo es que resultan ser las cosas más simples que podamos imaginar, una rosa en botón, un atardecer, el viento en el rostro en un día caluroso, el agua calmando nuestra sed. La costumbre o las rutinas a las que nos sometemos, pudieran quitarles el gusto en cierta medida, pero cuando les redescubrimos, todo cambia.
Por supuesto, una buena compañía mejora toda perspectiva, hace que los colores sean más intensos, que los aromas colemn los espacios, que las temperaturas adquieran textura de caricia; el otro, aquel con el que compartimos momentos así, funge como un cátodo, el cual inicia la carga que llegará hasta nosotros sin ostáculo alguno.
Lo difícil está en encontrar a la persona adecuada para compartir lo que piensas o sientes, los tiempos se confabulan para que las coincidencias no se den. Prisas más o menos, ocupaciones que distancian o voluntades que no logran converger. Diría la canción, "aquí espero, el amor que anhelo..." lo que queda en ciertos casos, es encontrar un catártico o sustituto, naaah, no hay. Salud.
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