lunes, 25 de agosto de 2014

El viaje superficial

En algún momento pensé que me tocaría
interpretar al padrecito. (Foto: Óscar Gutiérrez)
Comencé la semana por explorar el desorden que mantengo en el estudio; lo papeles se amontonan con tal desparpajo que semeja algo así, como un campo de batalla para el ímpetu destructivo de mi madre. En su defensa diré que no la domina el deseo de deshacerse de todo lo que no le resulte útil o al menos familiar, sino que sus ideas de acomodo, no siempre están acordes con las de los demás.
Sin embargo, tenía que enfrentar la situación de ya no poder dar paso en el espacio que había destinado para el regocijo del espíritu y que en este momento está convertido en el Inframundo del conocimiento. Más que pena, me ha dado pavor tener que adentrarme en sus entrañas para tratar de encontrar algún documento que necesite, por lo que casi siempre he declinado la intención.
Pero la resignación y la casualidad me brindaron la oportunidad de reencontrarme con una obra de teatro, cuya puesta en escena me trajo bastantes satisfacciones. Nunca sabré si mi calidad de actor se evidenció o francamente se puso en entredicho, pero de que me divertí, no cabe la menor duda a pesar de que en un inicio, el personaje que se me asignó, fue blanco de mis más recónditos odios.
Volví a leer mis líneas con las mismas entonaciones y repitiendo los mismos gestos, como si estuviera en el escenario; reviví cada palabra, cada sensación, cada contacto para darme cuenta de que si tuviera la oportunidad, lo repetiría tal cual fue. El gusto me empujó a transcribirla para no perderla; me di cuenta de que pude haberla escaneado y evitarme el esfuerzo, pero no quise quitarme el placer de revivirla en mi mente. Salud.
Beto

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