lunes, 1 de septiembre de 2014

Unas de cal

Algo me dice que también debí pedir opinión
a mi abuela. Foto: Baer
En vísperas de involucrarme en un plan multitemático, siento los mismos nervios de cuando me dijeron que debutaría con mi equipo de voleibol de primera fuerza. Los inicios suelen ser así, primero la congoja de no saber qué sucederá, si funcionará el plan, si será aceptado con la misma ilusión con la que fue concebido, para después ver venir la calma porque las dudas se disipan.
He de aceptar que la sensación que me hacía comportarme, en mis tiempos mozos, como Juan Camaney la disipé con una alta dosis de humildad y consulté a quien sabe mucho más de hacer planes que yo. A riesgo de que se me tilde de mandilón o de cualquier otro epíteto semejante, les diré que no tenía de otra, pues además de sabia, mi madre tiene la paciencia suficiente para escucharme.
Y debe ser así, pues creo que no sólo la mueve el intrínseco amor maternal, sino que creo, es en reciprocidad por todos los puntos de viajero frecuente a las tiendas de ropa femenina y a los mercados de los cuales he sido acreedor; ya que la he acompañado en sus múltiples travesías al gran mundo de la comercialización, no soy de los que creen que tales recorridos sean poco menos que odiseas.
Yo creo que con tal bendición, no le queda otra al destino que tenderme una mano. No he sido su hijo predilecto de ningún modo. Debe ser porque siempre he dicho que todo debe ser ganado por el esfuerzo individual, pero ya es tiempo de que me demuestre lo contrario. Digo, al menos para que termine de transformarme en un individuo común. ¡Está fácil! Salud.
Beto

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