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Cuando pedí una Madona con niño, no me refería a ésta. Foto: Google |
En diversas ocasiones he oído hablar de que el estado perfecto de la mujer es el ser madre; no voy a cuestionar tal aseveración puesto que no tengo los argumentos necesarios ni tendré la suerte de serlo, pero también he escuchado las versiones contrarias a acelerar el proceso de traer un nuevo humano al mundo, desde el postergamiento por cuestiones laborales hasta la rotunda negativa.
Lo que me queda claro, es que por cualquiera que haya sido la razón (accidente o planeación), las mujeres que decidieron no tener hijos son igualmente valiosas a quienes prefirieron dedicar su vida a cuidar chamacos de su propia manufactura, con todo lo que esto implica. La veneración, la comercialización y demás actividades en torno al 10 de mayo son cosa aparte.
Una mujer no deja de serlo por no tener descendencia ni lo es más por concebirla; su valor es implícito e infinito y lo más bello de todo no sólo está en su figura (que las hay de campeonato) sino en todo lo que están dispuestas a hacer por algo o alguien que les interesa. Son una ventana abierta a las propuestas que las haga crecer y ser valoradas por lo logrado.
Es cierto que han tenido épocas (como algunos lapsos de la actual), en las que han sido subvaloradas, en las que se les ha exigido el doble de esfuerzo que un hombre por imaginarse que, con el esfuerzo extra que deben realizar, su ánimo se vendrá abajo. ¡Y siempre han salido con la novedad de que pudieron con lo que se les pidió y quieren más!
Pueden hacer con su cuerpo le que se les venga en gana y aun así, verse bellas (salvo unas cuantas exageraciones); envuelven todo con una mirada, condicionan al universo para que se acople a lo que necesitan e imponen su voluntad, que a la larga cuando logramos enamorarnos y ser correspondidos por ellas, será nuestra más cara (querida) orden. Madres, mujeres todas, salud.
Beto (BdI)
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