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Dejamos de ser libres cuando las ataduras sobrepasan nuestra voluntad. Foto: BAER |
1. Aceptación del grillete. En estos tiempos crecemos con la idea de que la esclavitud no existe y si la hay, debe ser en países lejanos en África o en el lejano Oriente, también nos habremos enterado de las condiciones de explotación que padecen los niños en china, cierto o no, el saberlo requiere de averiguación, una condición que en Babilonia, Siria, Egipto, Grecia y Roma, por citar a los estados esclavistas más famosos, para nada existía. Averiguar, como práctica, no apareció hasta que se implementó como norma del método científico. Una mentalidad esclavista no razona sobre igualdad, sobre oportunidad ni mucho menos, sobre derechos para todos; supone una diferencia natural impuesta por un ente superior incuestionable y de recursos ilimitados que a todos, menos a unos privilegiados, ha impuesto grilletes.
2. Víctimas de la violencia. En mala hora un homínido se dio cuenta de que usando un garrote como extensión de su brazo, podía asestar golpes mortales y asociarlo con el poder de esclavizar a otro, iniciando con ello, la carrera por la obtención de cada vez más poderosos «garrotes»; aquellos grupos que optaron por no agredir y dedicarse a su propia subsistencia, tuvieron que enfrentar de pronto la disyuntiva de defenderse o rendirse ante los abusos de su agresor, enfrentamientos que siguen dándose hasta nuestros días en los diferentes contextos de nuestra existencia; basta con identificar a directivos en empresas particulares o de gobierno, a dirigentes políticos y a delincuentes organizados que, al tener un mínimo de poder, no imponen autoridad sino que abusan con autoritarismo de sus subalternos imponiendo un dominio de la edad de piedra.
3. Otras voluntades. Antes de la existencia de los dioses, el hombre ya había aprendido a matar y mucho antes que las religiones, los dioses ofrecían un trato personalizado; es fascinante entender cómo es que nuestro cerebro se adapta para lograr poner en orden lógico al caos que lo rodea, empezando por nuestro propio cuerpo, sin embargo, aunque los esquemas que nos creamos suelen darnos cierta tranquilidad para funcionar, los mapas mentales resultantes, si son demasiado elaborados, pueden convertirse en prisiones. Lo que en un principio pudo ser una buena idea, como el tener un «hermano mayor» que nos cuide mientras regresamos a donde él se encuentra, se ha convertido en una especie de fiscalizador o policía que está al tanto de lo que hacemos para castigarnos si no está de acuerdo con ello.
4. Albedrío, una estafa. No en el concepto en sí, sino en toda la retórica que hay alrededor de él; cuando apenas comenzaba a hacer uso de mi cerebro (algo así como la semana pasada), comencé a cuestionar todo desde los lugares comunes como la autoridad y el orden estricto, hasta conceptos elaborados fuera de mi entendimiento como la libertad y el control, teniendo unas cuantas lecturas entre libros «serios» y cómics, donde entró en escena el maese Ríus. Por fortuna, no tuve un adoctrinamiento, por lo que gocé de manga ancha para pensar en lo que me viniera en gana, con la prudencia que se me había inculcado. En todos estos años de lectura, sólo he llegado a una conclusión funcional, que tanto la libertad como el libre albedrío deben tener los limitantes de nuestra naturaleza, querer verlos como absolutos es un fraude. Salud.
Beto.
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