Diría mi madre: "Ya descansaré cuando me muera". Los fines de semana se han acortado dramáticamente; ansiedades más o menos, esto provoca que tenga la necesidad de aprovechar mejor mi tiempo. Claro está que tanto mis demonios internos como todas las tentaciones dominicales, estarán atentas a cualquier pequeña claudicación de mi parte. La crueldad aparece de diversas formas. Mi cama parecía sollozar por el abandono del que la hice objeto y yo, con un nudo en la garganta, no tuve más remedio que cerrar los ojos y alejarme lo más pronto posible.
Pasada esta primera audana, siguen lo cantos de las sirenas en la forma de televisor, consola de audio, cámara de video y cuanto juguete me he agenciado en mis años laborales. Pero no, el deber llama; llevo a cuestas un retraso en los informes institucionales que me obliga a concentrarme en terminarlos este día, que apenas empieza... en el que aún no he desayunado... que es el día del Señor...
Sean testigos de que mis esfuerzos van en el sentido de cumplir con mis tareas, sin embargo, la fatalidad saca a relucir sus inmensas garras y me persigue inmisericordemente. Qué caray, la llamada del deber se aleja, no hay manera de seguir su voz. Vuelve el canto seductor de las sábanas. No puedo resistirlo. ¿Y si nada más me echo un coyotito?
Nada, nada! A trabajar!!! Jajajajajajajaja.
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