viernes, 8 de octubre de 2010

De película

¡Ah, nuestra imagen en el cine! Cuánta verdad se ha derrochado alrededor del charro mexicano, valientes, entrones, cumplidores, enamorados, pendencieros, jugadores y mujeriegos. Las figuras del ciclo de oro se encargaron de maximizar los epítetos con toda clase de merecimientos a fuerza de celuloide. Nadie escapa a la magia de una canción interpretada por Pedrito Infante o a las cejas levantadas tanto por María Félix como por Pedro Armendáriz o a las increibles notas sostenidas por Jorge Negrete o a la galana simpatía de Luis Aguilar. Portar el traje de charro es todo un ritual; no cualquiera con cuerpo de tamal mal amarrado se da el lujo de vestirlo. Los que conocemos nuestras limitantes, sabemos que pareceríamos tachuela de doble uso.
Los setenta nos arrastraron hacia una imagen de regenteadores y ficheras, de la cual sólo los directamente involucrados se sienten orgullosos. Cada quien tendrá la excepción que más le apetezca.
Desde los ochenta, más o menos, se ha ido buscando regresar nuevamente al brillo de antaño; los esfuerzos fueron loables en materia de historias, hasta nuestros días. Ahora no seremos charros, pero nuestra vestimenta más globalmente citadiina, no conduce por vericuetos casi de diván. Menesteres de la modernidad. Es posible que estemos a un paso del estilo que nos caracterice en el concierto mundial. Inclusive, se han conseguido premios y reconocimientos, seña inequívoca de que talento, lo hay. ¡Chín! Se me olvidaba de que el cine es también un medio de comunicación supeditado al financiamiento de quien tenga los recursos. Negocio al fin y al cabo, el prietito en el arroz es conseguir quién financie. Con la mezquindad hemos topado Sancho.

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