Ayer dejé entrever mi fascinación por las historietas; ésas que son refáciles de leer, pero que cuestan un buen hacerse. En lo personal, mis pequeñas dotes de caricaturista me han hecho ver que no es enchílame la otra gorda. Aunque mi máximo logro, fue pasar un examen de investigación en la maestría de Educación, con una historieta que versaba sobre mi proyecto. Les puedo decir que en un alarde de sobreexplotación neuronal, los cuadros que pensé en utilizar se fueron apareciendo en mi imaginación de uno por uno. Parecía aquello un desfile de monitos indicándome dónde querían estar dibujados.
Resulta increible la teatralidad que se puede lograr en cada viñeta, lo atinado que puedes estar en tus razonamientos, lo bonitos o feos que se presenten los personajes o lo laxos o rigidos en su calidad moral. Pueden viajar en el tiempo y cambiar toda la historia; pueden subir edificios y sobrevolar las selvas más peligrosas; enamorar y conseguir de lo que en la realidad resulta imposible de alcanzar.
Es jugar un poco a ser minidios; tienes el poder de vida o muerte sobre tus creaciones; puedes hacer su vida corta o larga según te plazca; puedes hacer lo que se te venga en gana; el único pero que pudiera existir, es que no todo mundo está para aguntar tus perversiones impresas, ja, ja, ja. Felices trazos si te gusta hacer historietas.
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