La mayor poarte de los cambios en la vida suelen ser benéficos; ahora debe ser cierto cuando la única constante es el cambio. Eso sí, debemos tener cuidado cuando, al hablar de cambio estemos seguros de no referirnos al deshecho. Hay una línea muy delgada que divide a lo que estructuralmente aceptamos como una revisión, redirección, reorganización que implican una nueva visión de lo que estamos realizando, diferente de lo que pudiera transformarse sólo en botar algo sin mayor problema.
No hay, por supuesto, una fórmula para darnos cuenta de que lo que hacemos es cambiar de rumbo o deslindarnos de lo sucedido; sólo con un poco de tiempo, al tomar distancia, empezamos a ubicar nuestras acciones y aparece el duendecito administrador de recuerdos que llamamos conciencia.
Lo bueno es que la mía es sorda y medio ciega, así que no tiene mucho que decir. Claro llegamos a un acuerdo: ella no se mete en mis asuntos más íntimos y yo no le cargo el trabajo, lo cual ha implicado que desarrolle una facultad de olvido nivel 38, cobijada por el dicho de que es un rasgo de genialidad (ajá). Así que mis distracciones han servido de algo de vez en cuando; permiten que dé periódicas revisiones a lo que me gusta; pruebe y vuelva a probar lo que había degustado; y, quizá lo mejor, piense en cada una de las personas que conozco, como si fueran gente nueva todos los días. Olé.
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