La vida nocturna ofrece ilusiones de neón; es excitante pensar en que algo mágico pasará si ponemos nuestro empeño y atención en que así sea. Los preparativos como preámbulo a la aventura, ellos mismos son una experiencia que va quedando grabada en nuestro cerebro puesto que se repite en cada episodio. Como ya es viernes y la mayoría de nosotros no tiene que levantarse temprano en sábado, la noche promete una infinidad de alternativas.
Pasan por nosotros y a su vez, vamos por alguien más para completar el grupo; el destino, aunque ya sin variantes, ya ha sido excogido durante el trayecto. Claro está que deben acudir "to-dos" porque de lo contrario, estará muy aburrido. Derrapón mental: aquí me pregunto ¿por qué el afán de ir a encerrarse a un lugar mal iluminado, ruidoso, casi pestilente, donde al "bailar" nos darán un masaje con casi hora feliz y el único que nos pela -rayando en el acoso- es el mesero? ¿para qué queremos entonces que estén "todos", los todos que ni conocemos? O tal vez sí, a fuerza de acudir cada fin de semana. Esto segundo crea otra incógnita: ¿ir tan seguido es signo de imaginación y vida social?
Aquí podrán alegar mis jóvenes mentes (frase copiada de Don Armando Martínez Don Juan) que eso es precisamente la vida social actual y que lo que apunto, es sólo la verborrea de un viejito amargado. Paren su cuádriga. En realidad puedo asegurarles que se trata de un remembranza y que, esto que parecería una crítica a la "modernidad en diversiones" no es más que un recuento de cómo solíamos divertirnos hace más de veinticinco años. Como ven, llevamos más de dos décadas de inventarnos NADA. Dulces fiestas mis queridos y originales cuates.
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