"Se acercó trémula buscando mi boca, no estoy seguro de que supiera lo que quería en realidad, aunque a veces pienso que sólo era un trofeo en la búsqueda de sí misma...". Esto como apunte de guión podría pasar; cada quien debe tener su propia versión, cada vez que le sucede algo así. Los escritores se han afanado en retratar los momentos más significativos de las historias individuales, para convertirlos en íconos del menester amoroso.
El tiempo que invertirnos en enamorarnos, pasa como entre algodones mientras se da el proceso, pero algo sucede cuando creemos que ya tenemos al amor. En el tema, mi tío Arturo -de cariño le decimos "el chivo"- podría escribir páginas gloriosas de encuentros y desencuentros con el ser amado. Quizá no por la grandeza de su discurso, sino por lo épico de sus escapatorias. Como todo buen personaje telenovelero, ha tenido tantos matices como el capricho cervantino pudiera proponer; tanto así, que cada episodio le ha ganado tal confianza que ahora dicta cátedra de cómo debe amarse y ser amado.
Por supuesto, no resulta su experiencia en recetas para todo mundo, pero sí un delicioso compendio referencial de lo que acada quien pudiera disponer según sus capacidades. Mencionar esto, me ha traido a la cabeza, varios de mis intentos de convertuirme en Romeo, pero donde el azar me ha llevado por los caminos de Cyrano, rayando algunas veces en Celestino. No porque yo así lo qusiera, la timidez me ha ganado durante mucho tiempo (aunque usted no lo crea). De ninguna manera es queja, mis cuitas han tenido de todo, hasta conatos de matrimonio.
Es posible que las líneas anteriores hayan salido de mis nervios por volver al las filas de la disponibilidad... "Se escuchan de fondo los primeros compases de la melodía y la inconfundible voz de Pedro Vargas: ¿Quié será la que me quiera a mí, quién será, quién será...".
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