Por los caminos del... ¿sur?

La vida en solitario ofrece oportunidades que no se tendrían cotidianamente siendo casado; podría ennumerar varias ventajas, pero no se trata de presumir. Por el contrario, intentaré hacer un péqueño recuento de las veces que he contrastado las versiones de casarte o no en un país como el nuestro, considerando a este suelo patrio, como todavía seguidor  incondicional de las herencias judeo-cristianas. La versión de los que quieren casarse es que la vida debe llevarse en pareja, está el sagrado deber de procrear para mantener a la especie, que tiene muchos beneficios psicológicos puesto que los casados no tienen propensión al suicidio y varias otras argumentaciones válidas por donde quiera que se les vea.

Por el otro lado, los ya casados, desmienten un poco, matizando con la parte del enamoramiento; aseguran que la felicidad matrimonial sólo son lapsos que se deben atesorar como lo único valioso de esta vida y que, con el tiempo, va disminuyendo la frecuencia en que éstos aparecen.

¿Quién tiene la verdad? Algunos aseguran que el matrimonio es muy bonito, otros con firmeza y ojos casi llorosos te advierten "no te cases". Alguno por ahí, me sugirió que estaba envidioso de la vida que yo llevaba, puesto que él ya no podía disponer de su tiempo que le viniera en gana.

Yo lo he pensado así: todo depende del precio que estés dispuesto a pagar; es cierto que siendo soltero, dispones de todo lo que tienes sin la obligación de dar cuenta de cómo lo haces, pero al final del día, nadie te espera en casa. Casado, tienes la ventaja de que compartes todas tus vivencias con alguien que te gusta y amas, con la salvedad de que debes condicionar todo lo que te interesa a la relación.

Cuestión de pensarse muuuuuy bien. Por lo pronto, llevo pensándolo... veinticinco años, ñaca, ñaca.