Nunca he sido bueno para poner nombres; y los apodos que uso suelen ser demasiado obvios o muy básicos. Titular mis escritos se ha vuelto un deporte extremo para mi neuronas; no se diga cuando ya he puesto el último punto y debo entregar lo que me dictó el cerebro. Ingratas presiones.
Quizá sea por ello que ningún integrante de mi parentela me ha pedido que bautice a alguno de sus retoños, bueno, eso y porque tampoco me ven como un proveedor confiable. Debo admitir que no he hecho lo suficiente como para agenciarme esa imagen; las glorias de la soltería me han envuelto en una muy confortable hamaca. Vuelvo a mi pensamiento original; imagino que el bíblico Adán tuvo algún problema al tratar de imaginar los nombres de todas las criaturas del paraíso o que, en un afán por verse muy listos, los científicos se devanan los sesos buscando términos adecuados para sus descubrimientos.
Como diría Felipe: "resulta gratificante compartir la ignorancia con los científicos". Pero esto no resuelve mi prematura incapacidad para poner nombres. Debería existir una especie de diccionario para los que no somos buenos en titular nuestros escritos, podría llamarse "Guía para los de lento titulaje". ¿Cómo sería un curso completo de seis semanas? Quizá nunca lo sepa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario