El único motor del mundo capaz de movilizar a grandes masas, se llama mujer. En cualquiera de sus presentaciones y funciones, las mujeres tienen la habilidad de encontrar extrañas formas de conseguir que hagamos todo (humana e inhumanamente), bueno, lo todo de lo que tengamos habilidades. La gama de trucos y herramientas de las que se valen son infinitamente superiores en número, a las que podamos descubrir.
No importa la hora, lugar o situación, de que consiguen lo que quieren, lo consiguen. Basta sólo un puchero, un guiño o un mohín para acelerar nuestros precarios procesos mentales y ponernos en acción. La complicidad hace que tales tareas no nos sean onerosas; en algunas ocasiones podemos oponer resistencia, pero invariablemente sucumbiremos.
Se les achaca también, de todo; que si se sitió Troya, fue por culpa de Elena; que si Napoleón casi conquistó toda Europa, fue para complacer a Josefina; que si somos pecadores estandarizados, fue porque Adán siguió a pie juntillas lo que le indicó Eva. Pero inclusive, son el mejor pretexto para crear ambientes, lugares, instrumentos y obras de arte.
Si bien lo dijo Arjona en un muy pequeño momento de lucidez: ¿Qué hubiera escrito Neruda? ¿Qué hubiera picado Pintasso? Si no existieran musas... ¿Qué? ¿Al revés? ¡Salud!
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