Desde adolescente me di cuenta de que hay un sinsentido al llevar la música o el ruido que nos guste, a todo volumen en un espacio tan reducido como lo es el interior de un auto; por supuesto que me impresionaban antes los segundos en los que percibía a algún contemporáneo que anunciaba su presencia desde dos cuadras de antelación, pero una cosa es ver pasar y otra soportar por más de treinta minutos tal escándalo.
Ahora que, si eso suena a vejez prematura, traten de recordar la más reciente ocasión en que los hayan despertado con una "serenata" sin sentido (esto es, para alguien en especial), a la una o dos de la mañana; si a esto le aunamos el tipo de material que con fruición consumen ahora los casi adultos, a los cuales no voy a insultar con el eufemismo de que respeto sus gustos, porque no es cierto, el despertar resulta de locos.
Así hubieran sido sólo unos cuantos segundos, la tan naca expresión musical ya cumplió con su cometido: dejarnos despiertos por casi toda la noche. En estos tiempo (que algunos aún gozamos) de vacaciones, la travesurita no parece tener muchas consecuencias, pero me imagino que si a alguien más de mi cuadra le sucede de igual manera, la cara que debe llevar al trabajo.
Podría justificar que la música la utilizaran para expresar cierta admiración por alguien y no tienen otra opción que ir a esas horas, hasta romántico resulta, pensando en mantener cierta tradición en el arte de la seducción, pero si es sólo por anunciar a los cuatro vientos que se tienen una bocinotas, un estereote y pésimo gusto musical, pues podrían entonces irse mucho a la... academia. En estos azarosos momentos de soporte pseudomusical, salud. Ya qué.
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