Leopoldo Cárdenas siempre tuvo la paciencia para esperar a que nos salieran las cosas; como maestro de Discurso Dramático, sostuvo la idea de que nosotros seríamos un vivo ejemplo de que el teatro podría trascender a pesar de toda la tecnología a su alrededor. Además, fue el que me dio el impulso definitivo para que terminara de redactar mi tesis de licenciatura.
Ese día en que no tuve mucho por hacer, paseaba por el centro de León (cosa que acostumbraba en esas circunstancias) y decidí en un instante visitar al buen Polo. En esos día él era el director de la Casa se la Cultura pero tuve la confianza de quitarle algo de tiempo pues lo asaltaba metafóricamente hablando, desde que sólo estaba a cargo de la cafetería.
El agrado con el que me recibió tuvo el sincero eco en el que yo lo saqué de sus ocupaciones; charlamos sobre todo lo que había pasado en la ciudad, las clases que no nos dio en semestres posteriores, el cómo me iba como egresado y ahí fue donde a puerca torció el rabo. Los ojos se me iluminaron y orgulloso de mi idea, le conté sobre mi tema de tesis.
Su paciencia volvió a aflorar, acicaló los bigotes que le hacían parecer a Gabriel García Márquez -cuando bromeábamos con ello, él sólo respondía que el Gabo era su hermano mayor- me miró fíjamente y aseguró que todo le parecía muy bien e interesante, que le daba gusto que mostrara tal entusiasmo por el tema y que cuándo podría leerla.
Por supuesto no iba a dejar pasar la oportunidad de lucirme un poco y tomando un aire de intelectualidad, le aseguré que pronto, que sólo me quedaba por realizar un somero estudio e imprimirla, lo que me llevaría de tres a seis meses además de los casi tres años que cumpliría mi proyecto.
Imagino que aguantó la risa, pero tratando de parecer lo más solidario posible, me contestó con su habitual tono de comprensión: "¿Para qué te haces pendejo? ¿Quién crees que la va a leer? ¡Ya termínala!" Ante tal contundencia en el razonamiento, no tuve más remedio que terminarla. Lo vi una o dos veces después; nunca leyó mi trabajo y nunca me enteré que estuviera enfermo. No recuerdo quién, si Héctor, un compañero o Libertad la mujer de Polo, me enteraron primero de su muerte. Debe estar dirigiendo y animando con su característica paciencia, a algún grupo teatral en los confines celestiales. Salud Polo.
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