miércoles, 26 de enero de 2011

Ya son cuarenta y siete

A quien se le haya ocurrido decir que cumplir años debe esconderse a cierta edad, estaba totalmente pirado; muchas cosas habrá que puedan ser mejores, pero la cercanía de los abrazos y alguno que otro beso, no tiene merma.
El mío fue un festejo discreto donde no se me privó de lo más importante, el cariño. Los medios de ataque fueron tan variados como la ocasión lo permitió. Teléfono, red, mensajero, en fin, además de que el tipo de mensaje cubrió una amplia gama de calificativos. Lo mejor de todo fue la especie de ataque terrorista que goce en uno de mis salones; desde la salida furtiva de un para de alumnas, la búsqueda frenética para encontrarme de una de ellas, la complicidad de una maestra para ceder su hora, la introducciójn furtiva del pastel y, por último pero no menos importante, el abrazo comunitario donde hasta una de mis nachas resultó apapachada.
Como es lógico, dada mi incapacidad para manejar tanta emotividad, cuando se me pidió que dijera algunas palabras, sólo atiné a decir "gracias". Por supuesto, habrá festejos que tengan la espectacularidad de una reunión multitudinaria, pero la sensación de que a cada paso haya gente que se acuerde que se está uno volviendo más viejo (y, espero, más sabio), deja la gratificación de que algo se está haciendo bien. ¡Ah! He de descubrir quién dejó impresas sus huellas digitales en mi glúteo derecho. Quien haya sido, que se cuide, quizá me gustó. Salud.

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