Nada hay más hermoso que unos labios dispuestos a un beso, pero resulta insuperable que esa disposición sea con uno. Los nervios se amotinan en la zona abdominal, el hormigueo comienza en el talón, sube por la espalda y toma por asalto la nuca. Los ojos se cierran de manera involuntaria al ir acercándose los rostros, el corazón aumenta las revoluciones por minuto y entonces, la explosión en reversa.
Podríamos repetir la experiencia mil veces y las mismas que sentiríamos todo lo anterior. Imagino que estarán pensando en que el tiempo aminoraría la emoción, pero si de algo estoy seguro, es de que un beso por costumbre, no es beso. Pueden juntarse los labios, pero sólo será un saludo si no hay pasión.
Hay entonces, saludos, despedidas, traiciones, en fin, todos documentados en la historia. Podríamos agregar que se trata de antibesos, simples muestras de afecto o de gusto. Besar implica un trabajo mental, dominar las emociones de tal forma que se muestre dominio y abandono al mismo tiempo; la conquista de la intimidad eterna en tan sólo un segundo, porque aunque dure tres horas, siempre será poco.
Habría que mandar una iniciativa de ley (santificada por la Santa Madre Iglesia, claro) en donde se reglamente la importancia de recibir una dotación diaria de besos por parte del ser amado y nada de que se mecanizaría o que se corre el riesgo de volverlo algo impositivo, estoy seguro de que todos acogeríamos esa iniciativa con prontitud y patriótico entusiasmo. Vinillo de por medio.
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