Tres exámenes en un día es demasiado; cualesquiera que sea la índole de los susodichos, resulta oneroso tener que pasar por esos trances. El día de ayer terminé de convencerme de que en la fábrica educativa, los productos varían en su calidad según lo que les represente el proceso mismo del aprendizaje.
Libreta en mano, fui tratando de tener cohernecia en mis apreciaciones, mientras escuchaba con suma atención a lo que tenían que decir mis alumnos sobre los resultados de sus trabajos. Llegó un momento en que, pasadas cuatro horas, la vista empezó a ditorsionar las imágenes y el sentido auditivo jugaba al "tú las traes"; la cosa se complicó cuando evoqué una minifalda que se interpuso entre lo que oía y lo que calificaba.
He de decir que me repuse de la pausa, como cualquier hombre que pisa este mundo y alcancé a retomar el hilo de los discursos. Hay prendas que atacan a los sentidos como kamikazes. Tuve que hacer gala de mis mejores dotes de actor para que no se notara la turbación que me produjo tal visión, a tan temprana hora del día.
Terminé los exámenes tarde; fue menester que mandara al noventa por ciento de un grupo a cambiarse de ropa, porque me llegaron con pantalones de mezclilla; pecado mortal para quienes saben cómo me las gasto para esto de la formalidad.
Por ahora, se impone un descanso después de la dichosa jornada sabatina; ¿no habría manera de enlazarnos directamente a la semana santa? Digo, así no ahorraríamos trámites engorrosos. Salud.
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