El tiempo corre y algunas veces resulta irremediable sentir que nada hemos hecho; pareciera que todo mundo tiene un propósito sin que nosotros podamos entender para qué venimos al mundo. Las censuras a las actividades políticas, económicas o deportivas van adquiriendo un cariz de autocrítica, por no tener el producto de nuestras expectativas terminado.
Esto lo estoy pensando desde la comodidad de mi cama. Los días han estado pasando sin que yo haya cumplido con las múltiples labores que me propuse antes de iniciar el periodo de asueto. Por supuesto, he llevado a cabo las tareas propias de mi sexo, como buen representante del ala masculina, pero no las de orden común. La bicicleta sigue arrumbada lo mismo que la mesa de tenis, he estado postergando la continuación de mis ejercicios y, por si fuera poco, dejé de lado la escritura de mi novela.
La razón es muy simple, sigo teniendo visitas (a las cuales también abandono) y los pleitos simulados, las pláticas sobre diversos temas, el compartir las comidas y no tender mi cama a tiempo, me tienen en un ritmo semilento de actividad. La somnolencia puede palaparse en estas líneas mientras escucho que ya están levantados haciendo las cosas que deben hacer; ¡hasta mi abuela tiene sus encomiendas! Y eso que su autonomía está restringida a un radio menor de cinco metros.
Creo que debo levantarme y averiguar cómo empezar lo que tengo pendiente; hago un atento llamado a todas las partes que componen este muy reciclado cuerpecito... ¿nadie contesta? Quizá el sistema se cayó en algún momento de la madrugada. Paren las prensas, una pierna trata de reaccionar. ¿Qué? ¿Que estamos de vacaciones? Al parecer continuará la tiranía de la flojera. Salud, en cuanto me levante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario