lunes, 18 de abril de 2011

Vamos por cien.

Ahora sé de dónde me viene lo pachanguero; doña Anita, sin mediar provocación, tuvo a bien proceder a la imposición del ritmo en el consumo de elíxires espirituosos. Todos los demás, como buenos seguidores que somos, pues pusimos gargantas a la obra y con patriótica enjundia nos dispusimos a vaciar cuanto caballito nos pusieron enfrente.
Que ochenta y siete años no son nada, así que la cumpleañera, además organizó lo que podríamos llamar la distribución de espacios, sin embargo, no contaba con la astucia de mi madre, que ya tenía todo previsto. Ni la bienvenida ni el cumpleaños de Marthita Saagún de Fox pudieron restar un ápice la celebración que la banda Espinal se traía entre mesas.
Así fue, invadimos por completo el Centro Fox, claro está que cumplimos con el protocolo de visitar el museo-casa-bodega de don Vicente; aprovechando la confusión, la Rana y yo nos dimos el tiempo para urgar un poco en el ciber espacio, ya que las máquinas estaban a nuestra disposición. Varias ignorancias salieron a flote, pues ella manifestó algunas dudas y yo la inutilidad de darles respuesta cabal.
La comida, buena como acostumbran en esos lares; me empaqueté dos pechuguitas de pollo en salsa de alguna hierba que no recuerdo cual era. Al son de ya no quiero, a media tarde todos los del clan nos dispusimos a tomar el camino de regreso. El festejo quedó guardado en los múltiples aparatos prestos para la ocasión. Sólo mi tío Juan tuvo que soportar la frustración de no ver recompensados sus esfuerzos, porque el trío musical no sabía las canciones que sus etílicos deseos les dictaba.
Llegamos en una pieza, todos listos para la otra. Quizá el próximo año, la concurrencia nos alcance ¿por qué no? para una vez que tome proporciones de convención, llenar el auditorio del Estado. Salud.

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