martes, 10 de mayo de 2011

¡Ay mamacita!

En el ánimo de esta memorable fecha en los muy diversos sentidos, me adhiero a la festiva felicidad que embarga a los muchos y muchas que, lágrima en el ojo izquierdo, están felicitando a la autora de sus días, yo haré lo propio en una horas. Además, tengo la suerte de tener que felicitar a varias mamás que tengo muy cercanas.
Eso sí, no voy a decir que la mía es la mejor del mundo, ni que gracias a su apoyo me he convertido en lo que soy, mucho menos que sin ella no habría llegado hasta donde lo he hecho; nada más lejano a la realidad, puesto que nunca la he metido en ningún concurso de madres, ni es su responsabilidad total que yo sea un baquetón y menos, es un simple transporte colectivo en donde subirme cada vez que tengo necesidad.
Lo que soy y adonde voy es responsabilidad mía. Ella es única y exclusivamente el detonante para que yo saque, de lo más recóndito de mi ser, lo mejor de mí. Guia y apoya hasta donde es humanamente posible; vigila y reconoce los esfuerzos que mis hermanos y yo realizamos para ser mejores, pero nunca se va a permitir intervenir si no es requerida.
Esto último nos encargamos de solicitarlo todos, hijos o no hijos, a la menor provocación. Puede tener un carácter fuerte y parecer que poco la satisface, pero siempre será la primera en ofrecer su brazo para salir de algún problema. Sus méritos han cubierto los créditos necesarios, para lograr el derecho de fabricarse el cielo que desee.
Sé que muchas de mis parientes y amigas siguen un camino semejante y me permito extender mis felicitaciones; sigan igual, no desmayen, firman: los hijos agradecidos. Este día es muy buen pretexto para decir salud.

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