Todo está muy bien, las explicaciones de carácter científico suenan muy convincentes, las propuestas para revertir el proceso del efecto invernadero tienen lógica, inclusive los cuidados que debemos tener para que no se nos tateme la piel son prudentes pero, nadie dice nada sobre cómo quiternos el maldito calor. Es exasperante.
La ropa se pega como si le hubieran embarrado alguna sustancia vizcosa, el sudor no deja de correr y el estado de ánimo se mantiene en los márgenes del sumidero. Ni siquiera la visión de los pantalones cortos enfundados en femeninas anatomías hacen que el desconsuelo desaparezca.
La magia del agua de limón pierde terreno ante el embate de los grados de más que hay que soportar en el huevito que tengo por departamento; la disyuntiva está en mantener cerradas las ventanas y ahogarme de calor o abrirlas y sofocarme con la marea de tierra que se cuela por ellas.
Lástima que ya estén es desuso las palanganas donde podías meter tu humanidad y dejarte en remojo durante horas, allí sí podría pensar en qué hacer después. No importaría quedar como ciruela pasa, el chiste es recuperar la temperatura ideal parano tener que recoger lo que quede de mí, por la deshidratación.
Y luego nos preguntamos porqué hay quienes se la pasan en el agua, de la otra manera; la culpa de todo la tiene el avance tecnológico que ha hecho de este mundo una pecera para hervirnos o cocernos a fuego lento y, hablando de hidratentes, es hora de decir salud.
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