No fue un ardid mediático, ni siquiera dejar en suspenso mis planes para el futuro dos mil doce, pero he vuelto con todos los ímpetus de la juventud acumulada y la desfachatez de quien ha hecho del síndrome de Peter Pan un estilo de vida. La verdad fue un tropiezo con el horario al tratar de adaptarme al ingreso a trabajar nuevamente.
Eso sí, el recomienzo tuvo el dinamismo de un elefante pastando. Lo mismo que la semana anterior al estar a merced de las escaramusas reales, el inefable pastelote futbolero, la crónica de una beatificación anunciada y el inmensamente meritorio (no tengo idea de para quién) asesinato de Osama bin Laden.
Posiblemente, como es mi costumbre, esté condenándome por el escepticismo que infrinjo a todo lo que escucho; debido a ello me he llevado varios chascos, como las veces que he intentado predecir al futuro campeón del futbol nacional. La federación se ha encargado sistemáticamente de echar a perder todos mis pronósticos.
Lo que intentaré desde ahora, será guardar un prudente silencio y sólo asentar con la cabeza como si hubiera sabido desde el principio o estuviera de acuerdo con lo que sucede al rededor. ¡Chánclas! Creo que los días de ausencia me afectaron, éste no soy yo. Deben haberme clonado. Es alguien igualito a mí. Yo no soy capaz de decir tal cosa. Bueno, si en realidad soy otro, de cualquier manera, salud.
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