jueves, 23 de junio de 2011

Batalla diaria.

Las voces se atropellan como en un mediodía en el periférico de la ciudad de México, cada una intenta someter a la otra imponiendo sus condiciones; para el ojo poco entrenado, podría parecer una discusión llena de sinrazones que nunca llegaría a buen término, dado que resulta incoherente cada alegato de la una contra la otra.
Entre oposiciones y acuerdos, el ambiente se empieza a llenar de densas nubes que irremediablemente cercan todo entendimiento, pues pareciera todo tan sencillo que la discusión no tiene sentido cuando sólo se es un espectador. Tarea que no es fácil si en un arrebatado intento de pedir auxilio, una de ellas te involucra en el intercambio de fuego, sin haber entendido de lo que se trata.
Cuando parece que por fin una alcanza la victora, la otra toma nuevo aire y arremete desde otra trinchera, parapetándose con nuevos argumentos que habrá de utilizar, con la maestría que dan los años de imponer sus voluntades. El tiempo no parece correr, los avances se alternan, las estrategias salen a flote en los momentos oportunos sin tregua.
Con ojos atónitos, los demás vemos que la cosa se disipa sin que haya heridos; como queriendo dejar la situación en franco empate, ambas cierran el capítulo llegando a lo que todos estábamos esperando. Mi abuela y mi tía por fin acuerdan quién, según sus más o menos dolencias, se hará cargo del desayuno esta mañana; la calma vuelve... al menos hasta la hora de la comida. Salud.

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