martes, 7 de junio de 2011

Respirar profundo.

Tuve la suerte de enterarme que la paciencia sí lo vence todo, no porque haya tenido que serlo con alguien, sino que ese alguien me hizo entenderlo. Como ya comencé con mis turinas ciclistas, se me hizo fácil pedirle a mi tía Rosario que me tomara una foto con mi vestimenta de carácter; excuso comentarles que la tecnología y mi tía no hablan el mismo idioma.
Peor aún, mis habilidades como intérprete entre las dos se vio cuestionada desde cualquier punto de vista. Mis instrucciones, que para mí fueron muy claras, para ella resultaron poco menos que dichas en chino mandarín. Comencé a elucubrar sobre cómo debía decirle; me inventé ejemplos, le indiqué directamente cómo devía mover la cámara y el resultado no fue el que esperaba.
Nunca me habían decapitado de manera tan magistral en menos de cuatro cuadros; los esfuerzos de ambos sólo sirvieron para que este humilde instructor tuviera que ser identificado únicamente por la vestimenta y la redondez de mi vientre, que en ese momento fue captado cuando resoplaba casi al borde de la histeria.
Ahí fue cuando el cerebro me funcionó como debía; no era mi tía la que tenía la obligación de entender lo que estaba diciéndole, mucho menos debía imaginarse que podía haber tomado la foto de otra manera para que yo saliera completo en el cuadro; fue mi terquedad en mantener la cámara horizontal y no girarla de manera vertical lo que le impidió ver que sí pudo haber tenido suerte.
Será para la próxima, pero por lo pronto, la sesión fallida sirvió para que nos divirtiéramos un buen rato. Salud, por los que se atreven a lo que sea.

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