En esta temporada de intermitencias me gustaría compartirles mi estancia en un lugar paradisiaco, donde los servicios son de primer mundo, la belleza natural se expresa en la forma de vegetaciones exuberantes, playas vírgenes, zonas no exploradas y bikinis a discreción; donde la convivencia entre nacionales y extranjeros es armoniosa, continua y gratificante.
También me gustaría comentarles que la comida fluye como el aire en una tarde tranquila, dejándome extasiado por las explosiones de sabores que se dan cita en mi paladar, combinándose con bebidas exóticas que atacan inmediatamente mis sentidos y hacen que el entorno se vea aún más hermoso. Las noches cálidas envuelven en el misterio mi ánimo abierto a los escarceos amorosos.
Desearía comentarles que mi piel empieza a reaccionar a las caricias solares, que comienzo a mimetizarme con el paisaje hasta poder pasar como un natural del lugar, que empiezo a entender el ritmo, los intereses y la cultura en general del pueblo costero al que he tenido la suerte de acceder por una de las puertas más significativas que un ser humano pudiera tener: el afecto.
Me gustaría provocarles cierta envidia y el deseo irrestricto de imitar la experiencia donde pudieran, posteriormente, compartir su visión de lo que deben ser unas vacaciones de Semana Mayor. Sí, me gustaría contarles todo eso y más; pero creo que pasaré, porque no me he asoleado, ni he ido a ningún lado, ni tengo la posibilidad de hacerlo. Así que la envidia es mía, mmmh. Salud.
Beto.
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