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Para una clase de música, unas buenas flautas. |
El arte tiene la facultad de llevarnos de la mano por varias veredas rupestres que, por fortuna, aún no se han pavimentado con prejuicios civilizadores; la pintura, por ejemplo, nos remonta a escenas que alguien ya vivió, pero que mantiene las semejanzas propias de una especie que se resiste a cambiar en lo básico, por lo que nos comportamos de la misma manera pasional que desde el inicio de la humanidad.
El teatro hace algo semejante, con la ventaja de que todo lo que vemos lleva un ritmo identificable, ya sea porque nos concierne directamente o porque nos hace recordar algo que le sucedió a alguien ajeno a nuestro techo. Y entonces escuchamos palabras que se vuelven discursos, vemos movimientos que se transforman en plásticas danzas, en resumen, nos vemos.
¡Y la música! No toda, claro, pero la que lo logra, penetra hasta lo más profundo de lo que sentimos querámoslo o no; riega toda una pléyade de emociones probadas y nuevas, sentimientos que nos han platicado que existen, que rondan nuestras vidas y que nos toman por asalto el día que descubrimos que podemos compartirnos con alguien más.
El arte nos conduce, nos invita a reinventarnos, tiene puentes entre lo mundano y lo sublime, hace que lo imaginado se vuelva realidades alternas... hasta hacernos ver que el compromiso adquirido con él es ineludible. No existe el pretexto de que, como no soy artista, no puedo mostrar ni mucho menos enseñar arte. El arte es vivencial y por lo tanto, todos somos capaces de enseñarlo. Salud.
Beto
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