No podía faltar una vuelta a ver cómo se debe bailar el danzón en el Zócalo poblano. |
Estaba yo tranquilamente ejerciendo fricción cuticular, intermitente pero de manera firme, en la zona umbílico-genital, cuando recibí el llamado urgente por parte de mi progenitora, dado que había decidido cambiar el viaje de debimos haber realizado con destino a tierras poblanas el día de hoy. No fue así, pues dicho evento se llevó a cabo este sábado pasado hace ocho días.
Raudo cual suelo ser, dispuse el guardarropa más decente que tengo en la maleta que suponía no usaría más en mucho tiempo, sin embargo, es la que mejor se acomoda a mis necesidades de trotamundos. Una vez hecha la elección de los trapos que usaría en la travesía, reparé en que yo sería el único que estaría al mando del volante de la camioneta familiar.
No es que ello sea un problema, pero ya eran casi las dos de la mañana de dicho sábado y la salida se esperaba para las diez, por lo que, con todo el dolor de mi espalda y de mi corazón, debí dejar inconclusa la película que estaba viendo al momento de hacer el equipaje. No me arrepentí demasiado, ya que era una cinta que había "pescado" ya iniciada en la televisión y no tengo idea de cómo se llama.
Por supuesto, dada mi inobjetable fortaleza y buena salud (al menos para poder conducir un auto), me levanté temprano y estuve listo para la hora de salida. Pensé en todas las cosas que vería, en los planes que realizaría, en todo lo que me comería... aquí tuve que frenar puesto que llevaba tres días de estar cuidándome con una dieta menor y cero picante... que valió queso una vez llegando a Puebla. Más detalles en la próxima entrega. Salud.
Beto
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