Estos platillos se van como hilo de media. Foto: Baer |
Creo que hay algo contradictorio en mi existencia; no es que vaya a quejarme amargamente de lo que me está sucediendo, ni que vaya a repetir las fórmulas que antaño esgrimían las abuelas para contrarrestar las opiniones de los demás, pero cómo me está costando trabajo reducir los tres centímetros de cintura que me faltan.
Ya pasaron quince días de que dejé atrás los manjares navideños (esos que solemos repetir en la familia en calidad de recalentados), pasó la dichosa rosca de Reyes -debo decirlo en plural- en donde fui uno de los felices comadrones con encomienda para el dos de febrero, sin embargo, continúan las visitas a los terrenos de mis progenitores en donde las dietas brillan por su ausencia.
Debido a ello, ya no puedo seguir usando el argumento de que no estoy gordo, sino pachoncito, pues las escaleras que sirven de acceso a mi humilde hogar, se han vuelto poco menos que la campaña revolucionaria del Centauro del Norte. Los jadeos y las puestas en cuarta de mi pobre víscera cardíaca, han estado haciendo de mi condición física, una muestra médica.
Claro que no hice propósitos para este año, puesto que conservo la confianza de que en el momento en que me decida, obtendré los resultados que ni el Body Crunch podría igualar. Ahora habrá que esperar a que mi cuerpecito responda a las súplicas que hace mi cerebro, aunque de antemano sé que pondrá oídos sordos ante el próximo e inminente atracón de adobo. Salud.
Beto
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