Los palacios de memoria suelen tener fugas. Foto: BAER |
Abrumado y solo, porque las expectativas se vienen abajo al saber que aumentarán las semanas de confinamiento por culpa de un virus; ni cuando he estado enyesado de algunos de mis miembros móviles el distanciamiento se plantó ten extenuante, que la imaginación tomó sus cosas y me dejó esperando su regreso desde finales de marzo. No pareciera justo, pero de todos modos nuestra relación ya era distante.
No considero que estemos peleados, pero es cierto que no me dirigía ni una mirada, como si algo le hubiera hecho. Por más que hago memoria (otra que me tiene en calidad de indiciado) no imagino -redundancia negativa- cuál pudo ser la causa de su ausencia, eso sin contar con que chantajeó a la inspiración a que la acompañara a un “retiro espiritual” a no sé qué parte de ése su inhóspito mundo virtual.
El tiempo es su aliado, al menos eso me dejó claro el hastío cuando me contó que se veían a mis espaldas en los momentos en que yo me refosilaba con el asombro por las nuevas tecnologías. La posibilidad de que mi imaginación se viera traicionada no me pasó por los ojos, siempre confié en su fidelidad y su aguante; máxime cuando recuerdo todo lo que pasamos cuando, de niños, nos divertíamos con un triste pasador para el pelo.
Debería hacer acopio de confianza, pero amenazó con alcanzarlas en el destino que la imaginación y la memoria le dejaron en un mapa inentendible para mí. Casi puedo verlas recostadas en un camastro, disfrutando de alguna bebida espirituosa contándose anécdotas en las que quedo mal parado, sin tomar en cuenta que son ellas las causantes de mis olvidos, mis cortas ideas y mis temores. La naturaleza de su género. Salud.
Beto
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