A la tragedia no le agrada que le estén respirando en la nuca. Foto: BAER |
Prueba de ello es la proliferación de varios exponentes de la comedia, aprovechando las facilidades que otorga la tecnología de difusión de video, hemos sido testigos del nacimiento de carreras dedicadas a proveernos de solaz, aunque sea por unos minutos y en un cuadro. Algunos consolidados anteriormente en los medios tradicionales, vieron la oportunidad de expandir sus horizontes en la red, a veces involuntariamente, al grado de servirles como tarjeta de presentación o como aliciente para renovar o actualizar sus rutinas.
Los otros formatos luchan por mantenerse en el gusto popular como los cómics o los cartones políticos en los periódicos, medios que aunque no los percibamos como en vías en extinción, han caído en un pequeño bache más por cuestiones económicas que por falta de talento, sin contar con la ayudadota de cierto microorganismo que en estos días ha estado muy mentado... de diversas formas. El humor o la comedia en general, se basan en la tragedia, de la que nos alimentamos todos los días y viene en distintas presentaciones para consumir en casa o para llevar.
También es un discurso que nos repetimos constantemente para crearnos una coraza de inmunidad existente sólo en nuestra imaginación o un clon (también imaginario) al que anteponemos a la adversidad para que lo malo le suceda a él y no a nosotros, un avatar que quizá esté cansándose de fungir como nuestro “puerquito”, revierta el proceso y convenza a las musas de que nuestra visión cómica está equivocada. La risa puede verse como una cura, pero no es un remedio omnipotente aunque como paliativo, ha sabido acomodarse a las mutaciones trágicas con las que lidiamos todos los días. Salud.
Beto
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