Para animarme yo, si no ¿quién? Foto: Baer |
Por lo pronto, no sólo los jabones, sino también las tazas, los platos, las plumas, controles remotos, en fin, todo lo que posea masa y peso visitará superficies que se encuentren en un nivel inferior al de mis manos; quisiera decir que se trata de un experimento para comprobar las leyes de Newton, pero no es verdad, las cosas se me caen sin que pueda aún poner remedio. Por otro lado, el ejercicio ha venido acomodando de manera distinta mis esquemas de pensamiento, por lo que las distracciones aparecen en momentos en que no solían hacerlo y han dejado al excusado sin excusas para pasar el tiempo.
Después de esta referencia escatológica, pienso en todas las veces que en mi niñez, los adultos parecían tener grabadas en la garganta la advertencia de tener cuidado con lo que manipulábamos los infantes pues “se nos podía caer”, lo cual era imposible entenderse sin el contexto proyectivo de una persona mayor, es decir, así como a mí se me zafan las cosas de las manos, también a ti te va a pasar. Algo semejante como cuando, a esa misma edad, te obligaban a ponerte un suéter aunque te estuvieras asando, sólo porque el adulto en cuestión tenía frío; pero nadie te lo explicaba y te quedabas pensando que te estaban tildando de torpe.
En este momento, quizá nadie me regañe por romper un plato o me vea feo por aplastar algo que que esté en el suelo, sin embargo, creo que no soportaría las miradas condescendientes de aquello que piensen que tienen intactas sus condiciones y facultades, porque sólo se trata de un señor ya grande. ¡Ah, pobres infelices! ¡Que su creador los aparte de mi ira! Porque una vez que se nivelen mis fuerzas, les mostraré de lo que somos capaces los inquilinos del quinto piso, última generación y rebaba del hippismo, selección sub cincuenta y ocho... ¡Chín! ¡Ya se me cayó otra taza! Salud.
Beto
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