lunes, 24 de agosto de 2020

Jugar sin limitaciones

Algunas cosas imaginarias pueden
convertirse en realidad. Foto: BAER

De niño, nunca tuve un amigo imaginario, mi pragmatismo me lo impedía, en su lugar di rienda suelta a mis fantasías aventureras con un muñeco articulado del cual no recuerdo su nombre pero yo lo bauticé como Raúl; nada ostentoso en su vestimenta que tenía grabada en el plástico de su cuerpo, contaba con accesorios propios de su “actividad” como un bombín, una texana con radio portátil, una máscara, pistola y gabardina, todo para pasar inadvertido en las aventuras que mi cabeza se creaba pero que no impedían que se transformara en plomero, marinero, cirquero o jugador de fútbol.

¿Por qué me di tantas libertades? Me imagino que, aunque no tenía una idea clara de lo que hacía un detective privado, sí podía éste cambiar su fisonomía para mantener un incógnito que le permitiera salir avante de cualquier peligro. Por supuesto, mis referencias televisivas como el agente de Cipol, el Santo o alias Smith and Jones, no me dieron la información que entonces, a mis seis años, hubiera necesitado para entender cómo es que debe manejarse alguien dedicado a la investigación de crímenes, por lo que mis tramas se simplificaban en buscar tesoros o personas secuestradas.

Alguna vez escuché que los juguetes de un niño se pueden convertir en las herramientas del hombre, en mi caso podría aplicar en la medida en que sublimé la figura  del muñeco y ahora lo meto en problemas en mi cabeza sin necesidad de manipularlo, manteniendo eso sí, la dinámica donde soy yo quien decide qué espacios visitará, con quienes se relacionará y qué estará presto a hacer, algo así como la dirección de una puesta en escena, pero sin los ensayos ni el brete de vender entradas. Después de todo, la tentación de dirigir la vida de otros, se solventa de diversas maneras, para o cual algunos hasta se vuelven presidentes.

Pasando algunos años, aparecieron otras figuras de acción, como les llamaron eufemísticamente. Tenían más accesorios, mejores proporciones corpóreas, hasta especificaciones de su uso por la “actividad a la que estaban destinados”, lo que creo minó un poco la libertad de imaginar que pudieran dedicarse a otras cosas, pues sus ropajes eran ce comandos, paracaidistas o buzos, algo no tan neutro como para poder posicionarlos en una oficina, un museo o un salón de clase; los creadores de tales figuras no entendieron el valor de la neutralidad que requiere el juego con imaginación. Salud.

Beto

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