Para cantos, los de las sirenas libertarias. Foto: BAER |
Ya son ciento noventa y nueve años de la entrada del ejército Trigarante a la ciudad de México poniendo un fin simbólico a la lucha armada y hoy, los mismos años de haber declarado a este territorio como un país independiente de la corona de Castilla, ambas fechas condenadas a un segundo plano por culpa de las versiones de todo el movimiento por parte de los liberales que, con el poco tacto que da el resentimiento, encontraron en la figura de Agustín de Iturbide el demonio histórico al cual culpar de la ineficiencia de los gobiernos posteriores.
Porque fue ese Dragón de la Reina el que, con negociaciones abiertas o por debajo de la mesa con las altas jerarquías de la Iglesia Católica, el verdadero gestor de la Independencia. Sus motivos pueden ser censurables, por supuesto, sus acciones en consecuencia como declararse emperador, fuera del esquema al que había prometido adherirse, pero no lo ideó él solo, como siempre el ala conservadora tuvo sus queveres para intentar mantener sus privilegios, contrarios a las nuevas canonjías que se estaban gestando, ya que había que pagar algunos favores.
Todas las dudas que genera un esquema como el anterior, tienen sus orígenes en la observación de los firmantes del documento que impone la libertad del territorio y sus habitantes. Es curioso ver que el segundo signatario del acta es el obispo de Puebla, uno de los personajes que de manera inflexible, estuvo en contra de la independencia hasta que vio amenazadas las propiedades del clero novohispano por parte de la península y no aparece, por ejemplo, la firma (o en su defecto la huella digital)de Vicente Guerrero, entronizado como libertador histórico. Curioso y salud.
Beto
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