Hay cosas que, por su tamaño, es mejor no cargar. Foto: BAER |
En una óptica reduccionista, multiplicarse se ha interpretado sólo como el tener descendencia biológica, lo cual ha convertido al ser humano en una simple fábrica de repuestos y una plaga destructora de su entorno; pero, ¿qué tal si ello se refiera más al potencial creativo, a la producción generada desde la mente? Tomando en cuenta de que cada cosa elaborada por manos humanas recibe una carga afectiva que la hace depositaria de la esencia de su creador, ahí será entonces reflejada, la tal multiplicación que en realidad acerque a lo divino.
Ser más humano y producir para los demás, suena mayormente satisfactorio que andar regando hijos, a pesar de que haya voces que se aferren a imposiciones que nada tienen de práctico actualmente. Pasaron casi seis años pero las palabras de Felipe Arizmendi, siguen pesando no obstante su anacronía; publicada por Proceso.com el 28 de enero de 2015, “el matrimonio sin hijos no tendrá validez para la iglesia católica”, es una afirmación desventurada de origen que muestra la soberbia institucional de una agrupación fuera de lugar.
No tengo idea si posteriormente se haya retractado, creo que no, pero el obispo “emérito” (el entrecomillado es de él) parece no haber entendido que las condenas tienen ahora un efecto contrario al que supuestamente buscaría o quizá siga pensando que es mejor la sumisión por miedo que la adhesión por convicción. Peor aún, no ha querido darse cuenta (lo digo por toda la iglesia) de que los trámites de propiedad y status se validan por medio del Estado en un registro civil, dado que no ganaron de facto la guerra de Reforma, al menos eso dice la historia. Salud.
Beto
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