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La presunción puede ser la madre de la ignorancia. Foto: BAER |
Y como buenos adolescentes sociales, manufacturamos máscaras que nos permiten movernos en grupo desplegando a diestra y siniestra, lo que creemos es nuestro mejor talento: el disimulo. Originalmente una acción para zafarnos de un evento indeseable, en México pareciera ser un estilo de vida, pues es más importante aparecer en el concierto de las naciones como un país feliz, que hacer bien las cosas para realmente serlo; es también un sistema de medición de la aceptación de los demás, pues permite saber quiénes de los que encontramos en la calle se tomarán el tiempo para saludarnos; quizá la mejor manera de que personas insufribles en ese momento sigan su camino, pues estamos “muy ocupados”.
Sin embargo, simular que se sabe de cualquier tema conlleva un riesgo mayor que el que pudieran representar los ejemplos anteriores. La palabra emitida (o peor, la escrita) es difícil de mantener si no se tiene fundamento y es casi imposible revertir sus efectos, a menos que se cuente con un séquito comprado o una masa de seguidores ciegos o semisordos. La apariencia de sabio es tentadora en una sociedad dominada por frustraciones arraigadas desde su propia incomprensión, que no ha sabido aceptarse pero cree adaptarse a las modernidades suponiendo que el consumo y manejo de nuevas tecnologías sin atender a los contenidos, sea una adaptación digna de tomarse en cuenta como crecimiento personal.
Un presunto sabio actual debe mantener una pose con machincuepas mentales y una renuncia tácita a su capacidad de asombro; lo peor del caso es que ni siquiera se trata de un sujeto especial, que tenga una posición de privilegio, aunque artificial, no, ahora es cualquier hijo de vecino que en lugar de argumentar, denuesta provocando un enfrentamiento injurioso donde gana el que levante más la voz sin llegar al grito. Es en esas batallas de ambiente bizantino en donde la simulación asienta sus reales; unos por mantener su imagen, posible sustento de una probable baja estima y otros, igualmente carentes de una identidad social, aferrados a derribarlos. La sabiduría se impone, sin artificios, por su propio peso. Salud.
Beto
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