lunes, 25 de abril de 2022

A mí no me dijeron

Ají, todoj parejos para andar igualej. Foto: BAER

Irapuato, Gto.- Es criticable en cualquier ámbito que una figura pública utilice sistemáticamente las evasivas para no enfrentar un cuestionamiento acerca de su gestión, ya sea en ejercicio del poder o el ofrecimiento de un servicio; porque en un civil de a pie puede significar temor, pero en quien está protegido y avalado por todo el aparato gubernamental, es franca cobardía. La “bonita” práctica de tirar la piedra y esconder la mano, la siempre fiable echarle la culpa a otros, el intrigar para que los demás peleen causas que no les competen y así salir beneficiados, va adquiriendo en estos días carácter de institucionalidad en un México acostumbrado a la simulación como forma de diversión, pero que no ha establecido los límites para saber cuándo es aceptable y prudente hacerlo.

Pareciera un deporte nacional que aprendemos desde la infancia; evadir las responsabilidades y nunca afrontar las consecuencias de nuestros actos nos ha dado como resultado una sociedad adolescente, ladina y taimada que busca que lo malo que hace lo asuma otro y si es alguien lejano, mejor. Históricamente le echamos la culpa a españoles, franceses y gringos de nuestros problemas como lo poco integrados que tenemos a los indígenas, cuando su discriminación no se dio ni en la colonia ni en las intervenciones, sino en el México independiente; apuntamos con el dedo hacia el norte cuando hablamos de dependencia económica sugiriendo que fuimos engañados, cuando hemos sido nosotros los que nos vendemos.

La necesidad de un benefactor que contrarreste los demonios que nos hemos inventado y que nos tienen sojuzgados, nos lleva a acusar en abstracto a “la gente” que no trabaja, que se pasa los altos, que no lucha por lo que es justo, que se la pasa fregando a los demás y que, si le va bien, no es porque haya trabajado, ¡qué va! Seguramente tiene un padrino en el gobierno, se dedica a robar o a traficar con drogas, sin olvidar a los que les heredaron una gran fortuna y ahora viven de “sus rentas”. No, si en este país, la voluntad de hacer bien las cosas es un accesorio que a pocos les va, pues resulta “caro” no tomar atajos y porque tomarlos es lo normal, “todo el mundo lo hace”, “las reglas se hicieron para romperse” y... No sé cuántas linduras más.

Toda la vida las he escuchado y debo confesar que más de una la he aplicado cuando permito que el trabajo se me junte más de lo debido y, aunque no lo grito a los cuatro vientos porque (según yo) no afecto a demasiada gente, sí he llegado a sentir la culpa de quien no cumple con su palabra; quizá deba conseguirme una “concha” como la que cargan los servidores públicos, que no parece preocuparles el bienestar de aquellos que son sus reales patrones. Nunca me enteré tampoco que mi trabajo o mejor dicho, el producto de él, debía ser el botín de los vivales que componen los tres niveles de gobierno, ni que por ser un mal que nos afecta a todos, deba conformarme porque “todos andamos igual”. Esto no debería ser, MALO. Salud.

Beto

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