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En cuestiones de la creación, nada más le hemos hecho al engabanado. Foto: BAER |
Las civilizaciones occidentales están llenas de invasiones e intervencionismos con el pretexto de un llamado del más allá, seguramente ideadas por la necesidad de aumentar las riquezas de sus gobiernos dejando el prestigio al pueblo que dirigieran; haciendo gala de una inteligencia fuerte para convencer a los demás de que lo más importante era la glorificación de una abstracción que tenía el poder de decidir sobre sus destinos -igualmente abstractos- cada gobernante midió sus fuerzas para realizar acciones en contra de otras naciones que, con esquemas de pensamiento semejantes, se prestaban igualmente para repeler los ataques, lo curioso es que durante algún tiempo, esas luchas se dieron entre parientes.
La codicia y la competitividad suelen conformar una combinación letal, lo malo es que no sólo para quienes la ejercen, sino para quienes tienen la osadía de seguirles el juego también; porque ¿quién en su sano juicio puede creer que, si somos todos los elegidos, un dios sólo se comunique con un individuo? ¿Acaso no es más fácil convocar a una magna asamblea donde exponga su plan en lugar de andar entrevistándose a escondidas con alguien que quizá no entienda y transmita peor la idea? Porque hasta donde tengo entendido, ninguno de los intérpretes tomo un curso especial en idioma divino, sino que el creador se comunicó con ellos en su idioma por lo que, hablarle a todos los pueblos de este planeta, no debería representarle dificultad alguna.
Seamos sinceros, toda explicación dirigida a tratar de entender lo anterior, resulta egocéntrica; ni nuestro mundo es el centro del universo ni el planeta podría ser el botín más codiciado por civilizaciones alienígenas, porque nos hemos encargado de ir convirtiéndolo en una piedra pómez. Ahora bien, ¿a qué divinidad le importaría poco el mal manejo de la inteligencia de su creación? Algunos dirán que lo que sucede en este tiempo es el castigo que nos merecemos, pero eso resulta tan irresponsable como las culpas que se le achacaron a los dioses en toda la existencia de la humanidad. Si de verdad un individuo, una nación o el planeta entero fuéramos los consentidos del universo, ya hubiéramos aprendido a vivir en armonía. Salud.
Beto
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