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La preocupación por ser joven va más allá del bienestar. Foto: BAER |
Comencemos las hostilidades diciendo que la juventud no es un estado de ánimo, tampoco un comportamiento definido por los psicólogos conductistas ni mucho menos el secreto para mantener la cara sin arrugas; empezamos a envejecer desde el día de nuestro nacimiento y nombramos a las etapas de crecimiento según lo que observamos de nuestras actitudes ante la existencia. La primera etapa, la infancia, abarca los primeros doce años en la que también transcurre la instrucción primaria escolar, un periodo definido por la fantasía y el juego que algunos mantenemos para después contar historias fantásticas a un público que se las imagina gracias a que su papel primordial de receptor les da sentido a su creación; es curioso cómo una expresión infantil en un adulto suele verse mal.
Sin embargo, las actitudes adolescentes se aplauden como si de un logro por encima de los demás se tratara, como el anunciar a los cuatro vientos que se va a realizar o se llevó a cabo un cambio de actitud con respecto de algo que sólo a esa persona le importa; en este aspecto, las redes sociales han jugado un papel importante pues pareciera que, por un lado, ofrecen la apertura para compartir con libertad pero por el otro, pende el riesgo de usar la información con fines nada leales. La moda ha traído conflictos tanto como buenaventuras, pero el rasgo predominante es el laxo control que se tiene en las relaciones formadas a la sombra de esas tecnologías, por una confianza mal encausada y la exposición presumiblemente libre. lo cual se confunde con distracción.
Si contáramos setenta años como promedio de vida y los doce años mencionados arriba como los que conforman la niñez, veríamos que las demás etapas representan porcentajes ilustrativos de cierta contradicción con nuestro comportamiento. Así, la adolescencia dura seis años (8.5%), la juventud 12 años (17%), la adultez 19 años (27.1%) y la vejez 20 años (28.5%); si por casualidad se nos ocurriera vivir más allá de los setenta, resulta que nuestra existencia sería más de viejos que de jóvenes, eso sin contar la tercera parte que nos pasamos durmiendo. Si se tratara de un kilo de frijol, ¿por qué darle más importancia a cien gramos que a los noventa restante? Cada etapa tiene su encanto y si vivimos más tiempo siendo viejos, por algo será. La naturaleza no es taruga. Salud.
Beto
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