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Descansemos mientras las máquinas toman el control. Foto: BAER |
Es posible que la mía sea una de las últimas generaciones que valoran las propiedades de reparación de las cosas, es decir, que aún pensamos en buscar refacciones para un aparato dañado cuando lo que priva, gracias a la caducidad programada, es el consumo de nuevos productos. La parte negativa es que muchos caemos en la acumulación casi irracional por lo que, ahora en este recinto y templo del conocer, se impone una purga; mucho de lo que hay funciona pero ya no sirve, algunos presentan la oportunidad de volverse refacciones y las que quedan, con el dolor de mi corazón, serán nominados para abandonar la casa. Ya veo por allí algunos periódicos y revistas que se habían acostumbrado a fungir como soportes de un librero y a varios aparatos de los que sólo se les aprecia la carcasa.
Hace algunos días, siguiendo mi esquema de pensamiento, mandé revisar la cafetera que por más de diez años me había proporcionado el placer del aromático brebaje a cualquier hora del día, una acción de las que etiquetamos de “por no dejar”, pues estoy casi seguro de que no tiene remedio y si lo tuviera, saldría más barato comprar una nueva. Por lo pronto tuvieron que salir al quite la prensa francesa y la individual de goteo porque puede que no tenga lujos, pero el café no puede faltar, rasgo generacional que vine adquiriendo desde la universidad y que arraigué al descubrir su faceta artesanal-hogareña con la compra del pequeño molino en forma de pagoda que también adquirí hace tiempo. Erradicar una costumbre debe ser doloroso, principalmente si el gusto por ella se adquirió por iniciativa propia.
Los hijos de los sesenta tenemos una condición especial, pertenecemos a dos décadas en las que los cambios fueron vertiginosos y nos tocaron en la niñez, etapa en la que la ciencia ficción comenzaba a volverse posibilidades y las promesas de una mejor vida mediante la tecnología tomaba formas palpables; aspirar a la telecomunicación universal, la exploración intergaláctica, la virtualidad o los autos voladores se volvió cosa de tiempo y ya nos alcanzó. Aun así, la esencia sigue siendo la misma, somos los mismos hombres de las cavernas, con juguetes más sofisticados; cada generación ve con el mismo desdén a su antecesora como ellos vieron a las que les precedían, como si el saber apretar botones nos hiciera más humanos, cuando sólo nos ha mecanizado. Salud.
Beto
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